Me encomiendo al cielo
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Alberto Etchegaray
¡Una jugadita por el amor de Dios!, clamaba el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra, donde da una mirada sobre el fútbol: sus mitos, su historia, sus personajes. Galeano, un mendigo del buen fútbol, recorre los estadios sólo rogando encontrar una buena jugada, por amor de Dios.
Aunque me gusta el fútbol, yo le pido a Dios algo distinto: un buen discurso. De esos capaces de motivar y transformar las palabras de uno en acción de muchos. Por ejemplo, el bien conocido discurso de Steve Jobs en la Universidad de Stanford, o Yo también soy berlinés, de JFK. Más recientemente está el discurso que hace unas semanas diera Barack Obama al rendirle honores a las seis víctimas de un pistolero loco en Arizona. Conquistó a la audiencia al decir que la forma de honrar a las víctimas era expandir la imaginación moral del debate público, con genuina disposición de entendimiento y donde la manera de interactuar esté más enfocada en sanar que en herir. Un legado.
Pero está claro que cada vez es más difícil encontrar discursos valorados urbi et orbi. Mire por ejemplo lo que ocurrió con el discurso de Mario Vargas Llosa al aceptar su merecido Nobel de Literatura. Varios consideraron que sus palabras, al agradecer el premio ante la Academia Sueca, no estuvieron a la altura de un escritor de fuste, pues careció de profundidad literaria al centrarse en demasía en su historia familiar, justamente el motivo por el que a mi me pareció extraordinario. Así que ya ve, como en gustos no hay nada escrito, es probable que la época de los discursos unánimemente reconocidos sean los menos.
¿Y qué tal los discursos en Chile? Hay buenos ejemplos para todas las preferencias ideológicas. No hay partidario del régimen militar que no recuerde el discurso de Chacarillas; no hay socialista que no se sepa de memoria la última alocución de Salvador Allende desde La Moneda; no hay falangista que no recuerde con emoción el discurso de la Patria Joven de Eduardo Frei M. Confieso que de los discursos de los presidentes de la Concertación sólo recuerdo la extraordinaria presentación en televisión que, con lágrimas en los ojos, hiciera Patricio Aylwin al presentar las conclusiones del Informe Rettig. Y de los discursos que ha entregado el presidente Piñera me parece que el mejor sigue siendo el que diera como candidato en el Movistar Arena, al cerrar su campaña electoral. Mientras escribo esta columna me trato de acordar de los discursos que a mí han me han marcado de manera especial. Y recuerdo el vibrante mensaje sobre la importancia de involucrarse con la pobreza que en 1992 nos diera Benito Baranda a los estudiantes de la UDP que partíamos a trabajos voluntarios en Punitaqui. Me acuerdo de un valiente discurso de Patricio Jottar en la Enade 2007, donde decía que nadie sobraba en Chile y que había que desterrar a empresarios inescrupulosos. O de las sentidas palabras el ex presidente Uribe al explicar como sus pérdidas familiares lo habían llevado a involucrarse en la política colombiana. Y así también me acuerdo de sabias y profundas homilías de los padres Fernando Montes y Luis Ramírez. Me encantaría toparme con más ejemplos como estos. Porque levantan el corazón y ayudan a generar un sentido de comunidad. Por eso es que, como Galeano, me encomiendo al cielo y ruego: Un buen discursito, por el amor a Dios.